También Dios tiene su infierno: es su amor a los hombres.
Friedrich W. Nietzsche (Así habló Zaratustra)
La Gioconda, una de las miradas más amorosas (o de más "buen rollo") de la Historia del Arte (gracias, Wikipedia) |
Es sabido que la palabra amor ha sido especialmente
manoseada (elijo muy conscientemente el participio) por las más diversas religiosidades
o espiritualidades. Pero dejando aparte las soberbias contradicciones de las religiones, empero hay que reconocer que han sido los grandes espiritualistas quienes
han reseñado con mayor fuerza y valentía la importancia del amor. Independientemente
de que, a posteriori, los discípulos de aquellos luminosos sabios hicieran de
las capas de sus maestros lamentables sayos. Eso es inevitable, por lo que se
ve.
En todo caso, considero que uno de los mayores
errores de los espiritualistas ha sido, a veces, tratar el tema del amor con
una afectación y una grandilocuencia un tanto impropias del fenómeno. A mi humilde
juicio, hablar demasiado “trascendentalmente” -de lo que sea- no contribuye más
que a oscurecer la sencilla esencia de las cosas. Al respecto, les traigo la siguiente
cita, que releí en cierto libro que ya daba por perdido (qué gran alegría
recuperar los libros prestados hace mucho a los
amigos), es una mención sobre
el amor que yo valoro por su ejemplar simplicidad, esta es: “Amor es una bella
palabra, debemos restablecer su significado. La palabra “maitri” [término
sánscrito que suele traducirse por amor]
tiene sus raíces en la palabra mitra,
que significa amigo. En el budismo,
el principal significado de amor es
el de amistad”. (El corazón de las enseñanzas de Buda. Thich Nhat Hanh).
Conviene aclarar además que el vocablo maitri (metta, en pali), aparte de ser equivalente a la palabra amor, también conlleva las connotaciones de amabilidad cariñosa, simpatía, buena voluntad, interés por los demás. A tenor de lo dicho, el amor sería, pues, algo no necesariamente espectacular. Ni tampoco obligatoriamente melodramático. Si me permiten decirlo en forma un tanto arrabalera, el amor sería el buen rollo (así nos entendemos todos) que, sin forzarlo para nada, naturalmente se establece al reencontrarnos, por ejemplo, con los viejos amigos. Si eso les parece insuficiente, en todo caso es seguro que el amor, más que esperar recibir, es dar. No dar más dolores de cabeza todavía, sino dar por lo menos alegría, dar vida, de una u otra manera, a los demás. Así que déjense de tantas exigencias, o dígase vanas trascendencias, y hasta donde puedan, consideren las cosas lo más llanamente posible, sin ir más lejos: el amor es algo tan sencillo como prestarle un buen libro a un amigo, a sabiendas de lo extremadamente olvidadizo que puede llegar a ser el tal querido camarada.
Le printemps, de Pierre Auguste Cot, una representación más clásica del amor |
Conviene aclarar además que el vocablo maitri (metta, en pali), aparte de ser equivalente a la palabra amor, también conlleva las connotaciones de amabilidad cariñosa, simpatía, buena voluntad, interés por los demás. A tenor de lo dicho, el amor sería, pues, algo no necesariamente espectacular. Ni tampoco obligatoriamente melodramático. Si me permiten decirlo en forma un tanto arrabalera, el amor sería el buen rollo (así nos entendemos todos) que, sin forzarlo para nada, naturalmente se establece al reencontrarnos, por ejemplo, con los viejos amigos. Si eso les parece insuficiente, en todo caso es seguro que el amor, más que esperar recibir, es dar. No dar más dolores de cabeza todavía, sino dar por lo menos alegría, dar vida, de una u otra manera, a los demás. Así que déjense de tantas exigencias, o dígase vanas trascendencias, y hasta donde puedan, consideren las cosas lo más llanamente posible, sin ir más lejos: el amor es algo tan sencillo como prestarle un buen libro a un amigo, a sabiendas de lo extremadamente olvidadizo que puede llegar a ser el tal querido camarada.
Ya les digo, rescatar o restablecer la sencillez es
la más lúcida Navaja de Ockham de la cual pueda disponer la humanidad. Ojalá estimara
conveniente aplicársela a ella misma.
Ramón García Durán © 2016
Otro clásico... sencillamente inolvidable.